¿Cuál es el significado del miércoles de ceniza?

El miércoles de ceniza marca el comienzo de la Cuaresma; un tiempo de preparación para la Pascua, que nos invita a vivir con intensidad la oración, la penitencia y la conversión.

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Desde la antigüedad, ya era posible observar, en la tradición de los pueblos antiguos y también en la cultura de los judíos, que poner cenizas en sus cabezas o incluso sentarse en las cenizas se consideraba un gesto de penitencia, arrepentimiento de los pecados y el retorno al amor de Dios (cf. Job 2:12). De este modo la liturgia, mediante la imposición de cenizas bendecidas a los fieles, nos invita a una profunda reflexión sobre la brevedad de la vida. Recordándonos, que Dios es el principio y el fin, y que nosotros somos polvo y al polvo volveremos (cf. Génesis 3:19).

Las cenizas nos permiten hacer una verdadera reflexión, reconociendo que la vida humana es pasajera y llena de fragilidades. San Pablo, en su carta a los Filipenses, nos dice que nuestra vida no fue hecha para este mundo porque somos ciudadanos del cielo, y nuestros cuerpos serán renovados por Dios de manera gloriosa en el último día (cf. Fil 3,20-21). Este es el significado que nos ayuda a no permitir que nuestra vida se aferre a este mundo, ya que nuestro hogar es la eternidad. Cristo nos dice que no sabemos el día, ni la hora en que nuestro peregrinar en la tierra terminará (cf. Mt 25,13).

Tenemos la posibilidad de reflexionar sobre la manera en que estamos viviendo, para vivir según el cumplimiento del plan de salvación. Como nos dice el libro a los Hebreos, sin santidad nadie verá al Señor (cf. Heb 12,14). En esta espiritualidad se nos exhorta y se nos impulsa a trabajar hasta el final, para que el Reino de Dios se establezca dentro de nosotros y así, obtengamos la vida eterna.

¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? (cf. Mc 8,36). San Agustín responde a la pregunta de Cristo diciendo: "¿De qué me sirve vivir bien por un tiempo si no puedo vivir bien para siempre?"

Estamos invitados a convertirnos, a cambiar el corazón para una vida nueva (cf 2 Cor 5, 17). A saber tomar conciencia de la gracia de ser hijos de Dios, recibida por el Bautismo.

A través de las cenizas, somos invitados a arrepentirnos de nuestros pecados, a purificarnos de todas nuestras pasiones desordenadas y a no aferrarnos a esta vida. Debemos convertirnos y recorrer a grandes pasos, el camino a la santidad.

Este camino de conversión se nos ofrece a todos a por medio del Evangelio, a través del cual podemos regresar a Dios, dando el valor real a las circunstancias terrenales a la luz de la palabra revelada.

La Beata Clelia Merloni nos dice “¿Saben que, sin sacrificio, uno no entra al cielo? Todos pecamos; entonces tenemos que hacer penitencia... ”. Una penitencia que es sinónimo de conversión, que descubrimos a través de la palabra de Dios, que puede cambiar nuestra mentalidad y, por lo tanto, nos anima a seguir libremente a Cristo en plenitud. Dijo nuestro Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. (Mc 8.34).

Esta es la penitencia que la Iglesia nos quiere enseñar. La penitencia y el arrepentimiento no son caminos de tristeza, sino caminos de luz y alegría, que nos llevan a reconocer nuestra verdad como pecadores, permitiéndonos el poder cambiar y tener apertura al amor y a la misericordia de Dios.

¡Qué podamos experimentar este momento especial de conversión y penitencia de una manera concreta y bendecida en nuestras vidas!

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